La confianza en la tecnología en beneficio de la humanidad

A lo largo de la historia del ser humano, la mecanización, ya se tratara de los telares de la revolución industrial o de los teléfonos inteligentes, ha suscitado la preocupación de que la tecnología haría prescindible a las personas o alteraría la sociedad de maneras desconcertantes.

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Los mayores miedos del presente, desde la pérdida de un empleo hasta el fin de una civilización, se materializan en robots, en la digitalización o en la inteligencia artificial. Más recientemente, algunos incluso han intentado asociar el 5G a la propagación del coronavirus. Las personas tienden a proyectar sus mayores miedos en cosas de las que dependen pero sobre las que no poseen ningún control o que no comprenden en su totalidad.

 

Los miedos tienden a corresponderse con los ciclos de noticias. Con demasiada frecuencia, ciertas campañas con motivaciones políticas influyen en la opinión pública. No sorprende que las principales empresas tecnológicas se consideren no como recursos y servicios con los que poder impulsar negocios locales, sino como gigantes opacos que invaden países extranjeros y destruyen las industrias tradicionales. Este tipo de populismo antitecnológico no solo resulta intelectualmente pobre; también es peligroso, ya que genera costes y pone en riesgo tanto puestos de trabajo como industrias enteras. Nuestra actitud frente a la tecnología, y la manera en que la utilizamos y la regulamos deberían basarse en hechos, no en emociones.

 

Aquellos escenarios distópicos que vaticinaban un futuro oscuro en el que la tecnología se asentaría en el espacio público solo como herramienta de la élite para controlar a la sociedad y aumentar su poder y riqueza no se han hecho realidad. Si no lo han hecho, ¿por qué nos centramos tanto en los obstáculos temporales cuando todos los signos apuntan a un desarrollo positivo? Porque el cerebro humano está diseñado para centrarse en lo negativo. En psicología, esa preferencia inherente por lo negativo se llama "sesgo de negatividad". En épocas remotas, cuando se daban circunstancias peligrosas, este efecto negativo era un mecanismo de supervivencia evidentemente eficaz. Pero en la actualidad, las ventajas de estas intuiciones son menos obvias y sus desventajas se van haciendo más visibles. Mientras, muchos periodistas, políticos y activistas explotan de manera constante este sesgo y conducen a una exagerada e interminable serie de amenazas que alarman innecesariamente a la sociedad y producen políticas que solo benefician a unos pocos y perjudican al resto.

 

A menudo se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero, ¿o fue realmente? En apariencia, puede que sí, especialmente la época a la que a menudo se aplica esta expresión: el periodo comprendido entre mediados del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, este periodo de la historia se ha ido encumbrando hasta rodearse de un halo algo benevolente. Fueron tiempos mejores para unos pocos, los más privilegiados. Para el granjero, el agricultor, la persona común, la vida estaba llena de incesantes dificultades. Este segmento de la población era explotado o vivía en el más absoluto abandono, con posibilidades prácticamente nulas de mejorar su situación vital. En gran medida gracias a la tecnología, una considerable parte de la sociedad pudo salir de la pobreza accediendo a una educación superior, a una sanidad pública y reduciendo el abismo entre aquellos que tenían y aquellos que no.

 

Una vez reconocido nuestro sesgo de negatividad, el cerebro racional puede superar el poder de lo negativo cuando resulta dañino y utilizarlo cuando supone una ventaja. A lo largo de la historia, las ventajas de la tecnología han demostrado superar a las desventajas. Incluso en el caso de las tecnologías más revolucionarias y peligrosas, la regulación con sentido común ha permitido crear políticas y mecanismos de cooperación capaces de gestionarlas. En definitiva, podemos y debemos utilizar la tecnología para contribuir a garantizar un entorno mejor y aportar beneficios superiores a la sociedad en su conjunto.

 

Huawei cuenta con el respaldo de las actuaciones de la comunidad legislativa europea, que siempre ha demostrado sentido común a la hora de abordar la gestión de nuevas tecnologías. Coincidimos con la reciente decisión de la Comisión Europea que aboga por un mercado diverso y una competencia leal como mecanismos esenciales para la fiabilidad y la innovación en las redes, así como para garantizar el acceso a la mejor tecnología posible. Huawei lleva más de dos décadas suministrando tecnología de vanguardia a los operadores de telecomunicaciones europeos. Basándonos en esta sólida trayectoria, continuaremos dando asistencia a nuestros clientes a medida que inviertan en sus redes 5G para impulsar el crecimiento económico y ayudar a mantener la competitividad europea en el mercado global.

 

La tecnología digital está transformando nuestras vidas. Pronto entraremos en un mundo inteligente donde las nuevas oportunidades sean casi ilimitadas. No obstante, a medida que comenzamos a estudiar el orden y las reglas de este nuevo espacio, se cierne sobre nosotros una gran nube de incertidumbre y desconfianza política. La tecnología en sí no es ni buena ni mala. Siempre dependerá de nosotros el aprovecharla en beneficio de la humanidad. En Huawei apostamos por la tecnología. Creemos en la posibilidad de generar un valor mayor para nuestros clientes y la sociedad, y pretendemos llevar un mundo digitalizado, conectado e inteligente a cada individuo, hogar y organización.

 

En colaboración con Huawei

 

Autor:

Frank SHEN fue nombrado vicepresidente de PACD, Europa Occidental, de Huawei Technologies en diciembre de 2019. Shen cuenta con cerca de 10 años de amplia y destacada experiencia en administración de empresas, marcas y marketing de TIC.

Se unió a la empresa en 2010 como gestor de proyectos y, tras cinco años, ha pasado otros cinco trabajando en Marcas y Marketing, lo que le permite compartir conocimientos sólidos y profundos sobre la transformación digital y el sector de las telecomunicaciones. Frank Shen se graduó en la Universidad de Tongji, China, en 2014 tras realizar un Máster en Administración de Empresas.

 



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