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¿Vivimos una era de 'hype' de IA?

Las repercusiones reales del uso de la inteligencia artificial pueden llevar a cuestionar si realmente esta herramienta es tan decisiva como se podría pensar o se ha sobrevalorado su influencia.

Robot

En los últimos años la inteligencia artificial ha ido imponiéndose como una de las herramientas tecnológicas de moda. Sus amplias posibilidades, con el desarrollo de ramas como el 'machine learning' o el aprendizaje profundo, están integrándose en servicios, soluciones y productos para potenciarlas. De hecho, hace ya varios años que la consultora Gartner recoge la inteligencia artificial y algunas de estas vertientes entre las tendencias que marcarán el futuro próximo en tecnología. Se espera que su valor de mercado supere los 1,2 billones de dólares a finales de este año, con previsiones de triplicarse para 2022. 

Sin embargo, hay distintas voces que advierten de la posibilidad de que se haya generado excesivo bombo e incluso exageración sobre las posibilidades de la inteligencia artificial; o, en otro sentido, que todavía está por llegar el verdadero punto de inflexión de la IA. Dentro de los que cuestionan si esta herramienta está siendo sobrevalorada está Daniel Newman, uno de los socios fundadores de Futurum Research y analista principal en la empresa de estudios de mercado. Newman admite la importancia de la IA en la consecución de varios avances tecnológicos, pero analiza si estamos dejándonos llevar por el 'hype' de la inteligencia artificial a través de distintos aspectos.

Newman advierte que, aunque el uso de inteligencia artificial en el procesamiento de datos está erigiéndose como uno de sus principales usos, abonando un campo de cultivo de múltiples compañías, la realidad es que las propuestas son similares, relativamente poco diferenciadas entre ellas en lo que a innovación se refiere. Además, por más que se haya avanzado, aún no se ha conseguido eliminar cierto sesgo humano. Para Newman, esto en sí mismo no es algo malo, en el sentido de que en ocasiones hace falta cierto raciocinio o elemento de juicio dentro de la analítica pura y dura. Pero se mantiene la cuestión de qué valores emplea entonces la tecnología, y cómo influyen en los procesos. 

En relación a esto, la presencia humana es todavía parte importante para paliar ciertas deficiencias de la IA. Por ejemplo, en el procesamiento de imágenes, hace falta una gran cantidad de datos para conseguir reconocer figuras y patrones y, de forma paralela, mucho trabajo para ayudar a los motores a discernir e identificar. Incluso con esto, razonamiento y comprensión contextual son áreas débiles en su desarrollo. Newman suma a esto que la tecnología no es fácilmente comprensible por el ser humano, por lo que si se traslada a un uso diario, pueden encontrarse limitaciones —o ciertas reticencias ante su uso—. Pone el caso de una IA que participe en la conducción o en una selección de plantilla: si no se conocen sus límites o sesgos, su utilidad podría verse mermada. 

Otro ejemplo de Newman es el de los asistentes virtuales para smartphone: al emplearlos se puede comprobar que todavía queda trabajo por hacer en reconocimiento y procesamiento de lenguaje. Aunque se está avanzando en su optimización para su uso comercial, educando por ejemplo a los chatbots para realizar determinadas tareas, en general es un terreno en el que aún queda margen amplio para avances. Newman termina haciendo un llamamiento a repensar hasta qué punto la tecnología de IA, así como otras de moda, como blockchain o realidad virtual, aportan valor real. 



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